LAS SETENTA SEMANAS DE DANIEL



LAS SETENTAS SEMANAS DE DANIEL

El profeta Jeremías había predicho que las desolaciones de Jerusalén habían de cumplirse en 70 años (Jeremías 25:11-12; 29:10). Daniel habiendo observado esta profecía, hace una oración pidiendo perdón a Dios por el pecado de Israel  y recuerda la promesa de la restauración dada a través de jeremías (Daniel 9:1-21).
La oración de Daniel es respondida y el ángel Gabriel le da el mensaje que contiene una orden dada, para cumplirse en setenta semanas (Daniel 9:23).

GENERALIDADES
Muchos han tratado de cronometrar las setenta semanas de Daniel de forma literal a la historia, argumentando que son setenta semanas de siete, pero todas las diferentes ramas del pensamiento escatológico lo hacen de forma forzada afirmando que el “reloj” profético, avanza y se detiene, sin tener en cuenta que naturalmente el tiempo no se detiene, ni avanza a nuestro antojo para que coincida con nuestra interpretación personal; y tampoco tienen presente que el tiempo profético y el tiempo humano son diferentes.
Para entender la relatividad del tiempo en la profecía o tiempo profético, debemos hacer distinción entre el tiempo “jrónos” y el tiempo “kairós”.

Jrónos, se define como: un espacio o intervalo de tiempo; por ejemplo: el tiempo transcurrido entre la fecundación y el nacimiento de un ser humano, o el tiempo que transcurre durante un viaje, etc.

Pero a diferencia de jrónos, la palabra kairós, se define como: ocasión, tiempo fijo o tiempo apropiado, es decir una ocasión fija o especial. Este tiempo, kairós, es indeterminado y es traducido varias veces como “sazón” según el contexto en el que es utilizado.
En Daniel 12:7: “Y oí al varón vestido de lino, que estaba sobre las aguas del río, el cual alzó su diestra y su siniestra al cielo, y juró por el que vive por los siglos, que será por tiempo, tiempos, y la mitad de un tiempo. Y cuando se acabe la dispersión del poder del pueblo santo, todas estas cosas serán cumplidas”, se utiliza la palabra hebrea “moéd” que significa “sazón”, ósea “el momento indicado”, al igual que en Apocalipsis 12:14; “Y se le dieron a la mujer las dos alas de la gran águila, para que volase de delante de la serpiente al desierto, a su lugar, donde es sustentada por un tiempo, y tiempos, y la mitad de un tiempo”, donde se usa la palabra griega “kairós” que significa lo mismo que el hebreo “moéd”, o sea: “sazón”.

Ahora bien, en el libro de Daniel encontramos también un pasaje asociado a la palabra “tiempo”, diferente a “moéd”; en Daniel 2:9 el profeta le dice al rey Nabucodonosor que pasarían sobre él siete “iddán” (tiempos), es decir técnicamente siete años. Por eso es un error asociar estos siete “tiempos” que son “iddán” con los “tiempos” del capítulo 12:7 de Daniel que son “moéd”.

Lo que quiere decir que el tiempo profético no es “iddán”, que es el tiempo humano, si no que la profecía es tiempo “moéd”.

En el griego del Nuevo Testamento también podemos distinguir el tiempo profético del tiempo humano; hay un ejemplo claro de la diferencia entre las palabras “jrónos” y “kairós”, que se encuentra en Hechos 1:7, donde los apóstoles preguntan a Jesús, si restauraría el reino a Israel en ese tiempo (jrónos). “Y les dijo: No os toca a vosotros saber los tiempos [jrónos] o las sazones [kairós], que el Padre puso en su sola potestad…”
Las palabras encerradas en corchetes indican la escritura original del pasaje bíblico según el diccionario Strong.

HEBREO
GRIEGO
CASTELLANO
Iddán
jrónos
Tiempo
moéd
Kairós
Sazón

Está demostrado, entonces, que asociar la frase “tiempo, tiempos y la mitad de un tiempo” a “tres años y medio” es un error, ya que en ella se utiliza las palabras “moéd”, del hebreo en el Antiguo Testamento y “kairós” del griego en el Nuevo Testamento, las cuales significan lo mismo: “sazones”, es decir “en el tiempo de Dios”.

Debemos tener en cuenta varios principios en la profecía de Daniel:

Primero el ángel le indica a Daniel que “cierre y selle las palabras” hasta el tiempo del fin (Dn. 8:26; 12:4), es decir que no sea entendible hasta que se cumpla. Entonces no debemos asumir que la profecía de las setenta semanas de Daniel debe cronometrarse literalmente, ni entenderla si fuesen semanas de años, ya que tienen una naturaleza simbólica, como podemos apreciar en su cumplimiento a través de la historia.

El siguiente esquema nos muestra la secuencia que el ángel le describe a Daniel:
El primer error que se comete al querer interpretar las setenta semanas de Daniel es decir que la orden la dió un hombre, unos dicen que Ciro, otros que Artajerjes, según su postura y conteo que quieran dar. Pero en realidad la orden la da Dios, en el momento que Daniel empieza a orar.

Daniel 9:23, dice: “Al principio de tus ruegos FUE DADA LA ORDEN, y yo he venido para enseñártela, porque tú eres muy amado. Entiende, pues, la orden, y entiende la visión”.

Aunque la profecía de las setenta semanas ha sido asociada a la profanación de Antíoco Epifanes en el año 167 a. C. y también a la profanación de Tito Vespaciano en el año 70 d.C. lo que se ha hecho de forma forzada, avanzando lo que llaman el  “reloj profético” y deteniéndolo de manera indiscriminada para hacer coincidir las fechas.

Pero la interpretación es más sencilla de lo que nos imaginamos:

Para la profanación del templo a manos de Antíoco Epifanes, el ángel utiliza el término “tardes y mañanas”, pero “para terminar la prevaricación, y poner fin al pecado, y expiar la iniquidad, para traer la justicia perdurable, y sellar la visión y la profecía, y ungir al Santo de los santos” (Dn. 9:24), utiliza la palabra “semanas”; esto quiere decir que “tardes y mañanas” es un periodo de tiempo más corto que “semanas” que es un periodo de tiempo más largo.

En este orden de ideas la visión de las tardes y mañanas (Dn. 8:14) simbolizan un tiempo de cumplimiento más corto que la profecía de las setenta semanas (Dn. 9:20-27); utilizar días en el lenguaje profético implica poco tiempo, mientras que hablar de semanas supone un tiempo más largo.

Para entender la profecía de las “tardes y mañanas” no debemos esforzarnos mucho, ya que el ángel le explica a Daniel de que se trata (Dn. 8:19-26):

Daniel había visto un carnero con dos cuernos, el ángel le dice que son los reyes de Media y Persia. Luego ve un macho cabrío que es el rey de Grecia; podemos decir, sin miedo a equivocarnos, que este rey es Alejandro Magno; en la profecía el cuerno del macho cabrío es quebrantado y le suceden cuatro cuernos, los cuales son cuatro reinos en los que se dividió el reino de Alejandro Magno, las cuatro partes estuvieron bajo el gobierno de cuatro generales: Tolomeo I de Egipto e Israel; Selénico de Babel y Siria; Antígono de Asia Menor; y Antípater de Macedonia y Grecia. Pasado el tiempo de entre estos gobiernos se levantó un rey llamado Antíoco Epifanes quien fue el rey altivo que sedujo a muchos judíos, los enseñó a rendir culto a su dios y profanó el templo que había sido reconstruido, detuvo los sacrificios, colocó una estatua de Zeus en el santuario y hasta sacrifico cerdos en donde estaba el lugar santísimo. Los Macabeos, defensores judíos de la ley,  hicieron una revuelta que duró siete años, pero Antíoco se retiró al norte por rumores y murió según los historiadores de pena moral por haber profanado el templo de Dios.

La profecía de las setenta semanas, por su parte, advierte un periodo de tiempo más amplio necesario para hacer la expiación del pecado, y cumplir todas las profecías sobre el pueblo Judío.

Como anteriormente anotamos la orden fue dada en el momento que Daniel empezó a orar. Desde que se dio la orden para la reconstrucción y restaurar Jerusalén hasta la venida del Mesías habría de pasar siete semanas y sesenta y dos semanas, es decir un periodo de tiempo amplio como vemos en la gráfica:
El segundo templo fue reconstruido en un periodo de tiempo de mucha angustia, que incluyó el levantamiento de los samaritanos contra los judíos que reparaban lo muros (ver Libro de Nehemías, Capitulo 2 al 6), por lo cual varias veces se detuvo la obra; la profanación por parte de Antíoco Epifanes, y las revueltas judías. En este tiempo, también, el rey Herodes el Grande hizo una renovación y ampliación del templo, antes de la venida del Mesías, cumpliendo así la profecía de Hageo 2:9: “La gloria postrera de esta casa será mayor que la primera, ha dicho Jehová de los ejércitos; y daré paz en este lugar, dice Jehová de los ejércitos”.

Todo esto sucedió en los 400 años de “silencio profético”, que son las sesenta y dos semanas, y aunque este periodo de tiempo no se registra en los libros del canon protestante, si se encuentran en los libros reconocidos por los judíos como históricos en su literatura, ejemplo de ello es el libro de los Macabeos, cuya importancia para los judíos queda demostrada con la celebración de la festividad judía de Janucá, donde se conmemora la segunda consagración del templo después que Antíoco Epifanes lo profanó.
Al final de las 62 semanas, aparece el Mesías que es crucificado, después de esas sesenta y dos semanas (Dn. 9:26), empezando así la semana final, la semana setenta, es decir un tiempo corto para expiar finalmente la culpa, poner fin a la prevaricación y cumplir todo lo que está escrito sobre el pueblo judío.

En esta semana después de la muerte, la resurrección y ascensión de Jesucristo, más exactamente  en el año 70 d.C. el emperador Tito Vespasiano quita el continuo sacrificio, destruye Jerusalén totalmente sin dejar piedra sobre piedra del templo y luego de un tiempo coloca un ídolo en ese lugar.

Esta profanación según Daniel será: “hasta que venga la consumación, y lo que está determinado se derrame sobre el desolador” (Dn 9: 27). Desde la destrucción de Jerusalén en la primera guerra judía del año 70 d.C. se han presentado un sin número de profanaciones al lugar donde se encontraba el templo judío; hoy día se encuentran varios sitios de adoración pagana donde se establecieron las tres grandes religiones Abrahamicas, adorando imágenes y nombres ajenos al del verdadero Dios y su Cristo.

Para entender la última parte de las setentas semanas de Daniel debemos observar la declaración del ángel en Daniel 12:11:

“Y desde el tiempo que sea quitado el continuo sacrificio hasta la abominación desoladora, habrá mil doscientos noventa días”. Como vemos en la gráfica, esos 1290 días están ubicados entre el cese de los sacrificios y la abominación desoladora; el hecho de que se utilice la palabra “días” en vez de “la mitad de la semana” indica un periodo de tiempo más corto.  

¿Qué queda entonces ahora por cumplirse de las setenta semanas de Daniel?
El ángel le dice claramente a Daniel que al final de la semana setenta se presentaría la abominación desoladora y empezaría el tiempo indefinido hasta la consumación.

Estamos en ese tiempo indefinido porque: “de aquel día y de la hora nadie sabe, ni aun los ángeles que están en el cielo, ni el Hijo, sino el Padre” (Marcos 13:32).




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